Años de experiencia en la atención de pacientes.
Mirando detenidamente en el bolso, oré para que encontrara cualquier trozo de comida para mi hijo pequeño, que estaba agotado y sobreestimulado. El museo estaba lleno de gente. El día era largo. El bolso estaba vacío. Ni siquiera una barrita de cereales a medio comer o un par de gomitas de fruta. Sabía que no me iba a ir bien.Los visitantes miraban boquiabiertos mientras que mi niñito lloraba y se retorcía contra las sujeciones de su coche. Con la espalda arqueada y la boca abierta, se aseguró de que cada transeúnte supiera que estaba siendo retenido contra su voluntad. Necesitaba medidas desesperadas. Desabrochar las correas no fue una hazaña fácil, y una vez libre, mi niño se deslizó del carrito como un globo desinflado. Mientras lo recogía, pensé que mi abrazo maternal podría calmarlo. Estaba equivocada. Entonces descubrí una zona poco iluminada lejos de la multitud de gente, y con el niño gritando, pegado a mi cadera, me metí apresuradamente en un pasillo silencioso a la vuelta de la esquina. Se desató la histeria, pero le hablé despacio y mientras él se revolvía y lloriqueaba, lo sostuve en mis brazos. «No luches, cariño. Te tengo. Sé que estás cansado y con ganas de llegar a casa. Calma. Todo está bien. Mamá te ama». A medida que se relajaba en mis brazos, los gritos dieron paso a respiraciones entrecortadas. Lo mecía de lado a lado en un baile lento, y mientras besaba sus mejillas cubiertas de sudor y mocos, temía que mi corazón estallara. «Mi niño, ¿por qué luchas tanto?» Me pregunto… ¿es así como Dios se siente a veces respecto a nosotras? Cumplimos con las exigencias con nuestro tiempo y nuestros recursos, marcando un ritmo que no permite descansos para recuperarnos de calendarios repletos. Nuestra energía mengua hasta que no quedan reservas en nuestras almas, sobreexcitadas y agotadas. «Oh, Dios, estoy tan cansada y asustada. La vida es injusta, y estoy enojada. El dolor es demasiado grande. La exigencia es demasiado alta. ¡No puedo continuar haciendo esto!» Mientras tanto, Dios nos sujeta cuidadosamente mientras luchamos contra nuestro ritmo frenético. De la misma manera que una madre cariñosa sostiene a sus hijos, así nos sostiene Dios.